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La fiesta más extravagante de la historia moderna que costo un imperio al Sha de Irán

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El costo ha sido estimado en unos US$300 millones. Pero lo que es cierto es que, para el autodenominado «Rey de reyes», el dinero no fue un obstáculo.
En el entorno de las ruinas arqueológicas de Persépolis, la antigua capital de Persia, se construyó una ciudadela con suntuosos toldos hechos con 37 kilómetros de seda para hospedar a más de 60 reyes, reinas, presidentes, jefes de Estado y líderes internacionales invitados.
Cada uno estaría acomodado en una carpa de varias habitaciones, salones de estar, estudios, baños de mármol y con todos los lujos posibles.
Al lado se construyó un aeropuerto para recibir a los jets privados, así como una nueva autopista de 1.000 kilómetros para conectar con la capital, Teherán.
Durante un período decadente de cinco días, los invitados estuvieron convidados a banquetes preparados por Maxim’s, el restaurante más exclusivo de París, acompañados de los vinos más exquisitos conocidos.
Atendiéndolos había un ejército de miles de soldados vestidos en antiguos atuendos persas y les ofrecieron varios espectáculos, incluyendo un show de luz y sonido frente al templo de Darío I «El Grande», el tercer rey de la dinastía aqueménida (521-486 a. C.) y quien heredó el Imperio persa en su cénit.
A pesar de que el mundo estaba polarizado y convulsionado, en Persépolis se dieron cita reyes, reinas, príncipes, emires, caudillos y líderes de todo el espectro político.
La lista la encabezaba el emperador de Etiopía, Haile Selassie, seguido del príncipe Rainiero y la princesa Grace de Mónaco.
 
La reina Isabel de Inglaterra no asistió porque los asesores reales dijeron que no podían asegurar su seguridad ni comodidad y que el evento era… vulgar. No obstante envió a su esposo, el príncipe Felipe de Edimburgo, y a su hija, la princesa Ana.
Conversaron y gozaron sin que las ideologías fueran problema con el hombre fuerte de la entonces Yugoslavia, el mariscal Tito y su esposa, así como con su homólogo de Rumanía, Nicolás Ceauşescu.
El presidente Richard Nixon de EE.UU. envió a su vicepresidente, Spiro Agnew, que sin duda se topó con la primera dama de Filipinas, Imelda Marcos. En representación de América Latina estuvo el presidente de Brasil, Emílio Garrastazu Médici.
Varios otros miembros de las realezas europea, africana, asiática y de Medio Oriente también estuvieron presentes. Compartieron con los presidentes Suharto de Indonesia y Mobutu de Zaire, entre muchos otros líderes.
Todos estos invitados estuvieron hospedados en lo que la prensa extranjera denominó un «camping multimillonario».
La zona fue diseñada y embellecida por arquitectos y decoradores franceses.
En el centro había una gran carpa principal de 68 metros por 28 metros para los banquetes, con una fuente de la cual irradiaban cinco avenidas con árboles importados de Versalles, Francia, y a lo largo de las cuales se erguían unas 50 carpas, cada una con dos habitaciones, dos baños, una oficina, un salón de reuniones y personal exclusivo para atender a los invitados.
«Eran como pequeñas casas. Quiero decir, hermosas, todo parecía como si hubiera salido de una revista de decoración», dijo Sally Quinn, periodista del diario Washington Post, enviada a cubrir el evento.
Para crear un ambiente de paz y armonía, se importaron miles de aves cantoras muchas de las cuales, desafortunadamente, murieron a los pocos días porque no soportaban las temperaturas extremas del desierto: 40º C en el día, casi 0º en la noche.
El protocolo de quién debía ser el primero en la fila para saludar al sha a la hora del banquete resultó en caos. No sólo fue una pesadilla diplomática con tantos monarcas sino que muchos se demoraban más de lo presupuestado en su saludo.
Finalmente sentados a la gran mesa cubierta de un mantel bordado de 70 metros de largo y los huéspedes fueron convidados a verdaderos festines de los dioses.
Para eso se contrataron los servicios de Maxim’s, el mejor restaurante de la época en París.
Para esos tres días se trajeron 18 toneladas de comida incluyendo 2.700 kilos de carne de res, cordero y cerdo, 1.280 kilos de aves, y 1.000 kilos de caviar. Con la excepción de este último, todo, hasta el perejil, fue importado de Francia.
Para beber tenían 2.500 botellas de champán, 1.000 de vino de burdeos, 1.000 de borgoña, así como coñacs y otros aperitivos.
El champán era de 1911, el vino incluía el soberbio Chateau Lafite Rothschild, reserva 1945, y el Château Latour.
Sin embargo, según Felix Real, uno de los organizadores, tuvieron problemas con el café y terminaron sirviendo Nescafé, sin que los invitados se dieran cuenta.
La determinación del sha por consolidar su posición de Rey de reyes en Irán y su destino manifiesto de llevar el país a ocupar un lugar en las altas esferas internacionales no le permitían ver la realidad.
«Con o sin el beneplácito de naciones o pueblos extranjeros, entraremos en una época de gran civilización. Recuperaremos nuestro prestigio pasado», afirmó frente a las cámaras de televisión.
«Espero que ustedes sepan que no hablo con un espíritu de vanidad. Estoy lleno de humildad pero estoy muy seguro de nuestro pueblo y muy seguro de nuestro destino».
La gran ironía es que las festividades, que se suponía que consolidarían ese destino, al final terminaron siendo la última gota que colmó al pueblo.
El sha fue depuesto en febrero de 1979 y los iraníes recibieron con vítores al ayatolá Jomeini como líder supremo, y así empezó la historia de la República Islámica de Irán.
Fuente, BBC. com
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